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Michel Foucault: Biopoder y libertad del saber. Por Antonio Leal, ex presidente Cámara de Diputados. Sociólogo, Académico U.Mayor

Michel Foucault es, por cierto, un clásico de la filosofía, de la sociología y de la sicología, pero rompiendo incluso ese molde, tal como él lo quisiera, a medida que el mundo se complejiza y debemos leer con otras herramientas la nueva realidad, su pensamiento se hace más necesariamente vigente. De hecho es un primer pensador que obligatoriamente debemos invitar cuando se debate sociedad, poder y coronavirus. Las tendencias a llevarnos al “Estado carcelario”, a la “sociedad disciplinaria”, que son parte de la conceptualización Foucaultnianas definidas por el filósofo francés ya en los años 60, al control total de nuestras vidas, para contener la pandemia y, a la vez, su noción de biopolítica le dan una centralidad enorme a todo su pensamiento que por sus anticipaciones alguna vez fue llamado el filósofo maldito.
 
Recordemos que para Foucault existen dos modelos paradigmáticos en la política de poblaciones: el modelo disciplinar, que desarrolla grandes dispositivos de vigilancia para controlar las conductas de los sanos, con el objetivo de regular el comportamiento, los hábitos, la movilidad de los que podían infectarse., y el modelo securativo derivado del tratamiento de la viruela que expulsa a los contagiados. Es el modelo disciplinar el que aplican todos los Estados para enfrentar la actual pandemia y a juicio de Foucault se corre el riesgo de que se transforme en un “procedimiento de adiestramiento progresivo y de control permanente” de cada individuo. Es un tema sobre el cual se debe reflexionar sobre todo hoy, en la era de la biopolítica y la movilidad tecnológica y cuando surgen expresiones del pasado que invocan, en pleno siglo XXI, el obscuro deseo de un Leviatan, sin contrato social alguno de por medio, que solucione todo con mano firme.
Michel Foucault ocupa especialmente un puesto decisivo en la cultura francesa a partir, sobre todo, de su polémica contra el modelo de intelectualidad “universalista” que representó el existencialismo de Jean-Paul Sartre y por los vínculos intrínsicos de su elaboración con la epistemología francesa desde Bachelard en adelante.
 
El marxismo fue, de cualquier manera, uno de los temas principales de su formación dado que Foucault se educó en la Escuela Normal Superior de París estudiando Filosofía con Louis Althusser, el fundador del estructuralismo marxista. Sería, justamente, el marxismo -más radicalmente incluso el freudmarxismo- la filosofía que sirvió a Foucault como la contraposición necesaria para toda su productividad y para la “problematización” de su concepción del poder.
Otro elemento fundamental de sus primeros años de estudio fue la sicología y, en especial, la sicopatología, de la cual se derivan sus trabajos sobre la enfermedad mental, la locura y el nacimiento, de la clínica.
 
A partir de estas investigaciones, Foucault analiza la “distinción coercitiva” entre “patología” y “normalidad” que será uno de los elementos fundamentales sobre los cuales fundará toda su investigación “arqueológica” basada en el estudio de la “epísteme”, es decir, de aquel tipo de discurso que caracteriza una forma particular de conocimiento cultural, de sus instituciones, de sus formas de vida y de pensamiento, tal como lo expuso en “Las Palabras y las Cosas”.
 
Su popularidad crece en los años 70 no sólo en los ambientes académicos sino, también, en el gran debate público general, gracias, sobre todo, a su fundamental trabajo “Vigilar y Castigar”. En aquellos años, Foucault toma contacto con el mundo cultural disidente y  los movimientos democráticos del Este Europeo, y acrecienta su atención sea respecto de los países del Tercer Mundo como su lucha contra las nuevas tendencias racistas.
 
En los años 80, el pensamiento de Foucault adopta contornos más específicos y adquiere una fisonomía más sistemática, sobre todo con el análisis de la coerción, a través del cual el “discurso del poder” influye en la naturaleza biológica del cuerpo y en el disciplinamiento del individuo “normal”.
A estos temas dedicará sus últimos estudios sobre “La Historia de la Sexualidad”, “La Voluntad del Saber”, “La Cura de Sí” y “El Uso de los Placeres”, que fue publicado en 1984, al cual debía seguir “Las Confesiones de la Carne”, libro inconcluso donde analiza el tema de su propia sexualidad y del Sida que finalmente lo llevó a la muerte.
 
Es indudable la señal fundamental que Foucault ha imprimido en los cambios de los paradigmas tradicionales del pensamiento. Títulos de sus trabajos como “Microfísica del Poder”, “Arqueología del Saber”, “Orden del discurso” se transformaron en obras clásicas del debate teórico.
 
Foucault fue capaz de hacer la historia de algunas realidades en el momento que ellas emergían: el nacimiento de la locura como patología que debía ser recluida en manicomio, el nacimiento de la clínica médica, el nacimiento de ciencias como la lingüística, la economía y la biología, el nacimiento de la prisión como pena standard, el nacimiento de nuestra concepción de la sexualidad. Con todas estas “historias de nacimiento” él ha buscado producir una historia de la Razón y también de la Verdad.
 
Su proyecto es, entonces, de un historicismo radical cuyos conceptos no reflejan realidades universales, que toda época reconocería y nominaría como tal, sino, más bien, el busca realizar construcciones históricas. Cada época desarrolla formas específicas de racionalidad que se articulan en la filosofía, como en las medidas administrativas, en la literatura como en las técnicas médicas.
 
Como es sabido el trabajo histórico de Foucault inaugura la temática de la discontinuidad. La elección de los temas que él estudió empuja a una reestructuración de las prioridades de la historia, dado que la locura, el lenguaje, la medicina, el castigo, la sexualidad son en la historia común temas marginales y que al ser colocados por Foucault en el centro del escenario llevan a cabo un vuelco de los supuestos teóricos fundamentales de la disciplina histórica.
 
Su obra histórica es hoy célebre por su alcance crítico, muy distinta de la crítica marxista, de aquella freudiana y, también, de aquella más reciente la Escuela de Frankfort. La suya es una crítica “libertina” de la cultura. En esto influye su vida: militante homosexual, sostenedor de los movimientos de la izquierda radical.
 
El “libertinismo” de Foucault está ligada a la gran cultura libertina que se produce en Francia en 1700. El libertino no era sólo aquel que tenía comportamientos sexuales “reprobables”, era también un “philosophe” que creía en las creencias de la época, ni en Dios, ni en el hombre.
Foucault se caracterizó precisamente por su crítica al hombre, en tanto subalterno metafísico de Dios y también él, como los personajes de “Don Giovanni” de Moliere ha creído en una “arithmetique”, es decir en un cierto formalismo estructuralista de la época.
 
Sin duda la crítica historicista y libertina de Foucault está ligada a Heidegger y, sobre todo, a Nietzsche. Rechaza de Nietzsche su profecía del Super Hombre y toma de él la pasión desmistificadora y, sobre todo, la idea según la cual en la búsqueda de la Verdad es necesario reconocer el trabajo la voluntad del poder. Por ello, el historiador Foucault aplica una clave: la idea que la historia y los saberes que en el transcurso del tiempo se han organizado, son expresión de “relaciones de poder” entre los hombres y de la lucha irreconciliable entre sus poderes.
El es un asiduo lector de Heideggeer y de Nietzsche, es un crítico la filosofía del sujeto y muchos sostienen de que fue incapaz de tener un acceso a la comprensión de los Estados democráticos y a la doctrina de los derechos del hombre, dada su lejanía de la filosofía del sujeto.
 
Pero en verdad, Foucault estudió las instituciones, sondeó sus doctrinas y disciplinas, enumeró y catalogó sus práctica, denunció sus técnicas para llegar al concepto de el “Estado de Policía” que concibe como “el conjunto los medios que hay que poner en práctica para asegurar la tranquilidad, el buen orden, el bien público”.
Pero eso significa para Foucault que la policía extiende su dominio mucho más allá de la vigilancia del mantenimiento del orden, lo hace hacia toda la gestión del cuerpo social, es decir, hacia la materialidad de la sociedad civil.
 
Se concentró sobre todo en la historia de las ciencias: cada época configura las tecnologías de control del mundo y de los propios hombres esencialmente a través del saber, del conocimiento, a través de las formas racionalidad y de las tecnologías dominantes. Es Heidegger quien con antelación ve las ciencias modernas en términos de estrategia de poder sobre los entes,.de manera que para él, el dominio tecnológico y no la descripción objetiva de lo real, era la esencia del saber científico.
 
Foucault retorna la crítica heideggeriana; aplicando algunos métodos del estructuralismo que se encontraba en aquel momento en auge. El saber de cada época, sostenía Foucault, es un sistema de discursos cuya lógica última es el dominio sobre las cosas y sobre los demás hombres.
 
Microfísica del poder
 
Foucault pensaba que las redes de las relaciones de poder no estaban conectadas a un fenómeno más fuerte, más fundamental. No cree que, como en cambio creía Marx, en la base de las estrategias del poder está la propiedad de los medios de producción o los aparatos del Estado. Foucault habla en cambio de una “microfísica del poder”, en el sentido que el poder no es algo que se posee, sino esencialmente es algo que se ejercita en todos los niveles: el padre sobre los hijos, el hombre sobre la mujer, el médico sobre el paciente, el educador sobre el estudiante y subrayo esta especial categoría -también una parte de nosotros sobre la parte más indómita de nosotros mismos.
 
Para Foucault no existe algún “lugar privilegiado’” o un “tabernacolo” del poder, como lo ha supuesto siempre todo el pensamiento jacobino, en virtud del cual una vez eliminados estos centros de poder todos seríamos libres y felices. No hay ni un Palacio’ de la Bastilla, ni un Palacio de Invierno del poder y si ellos existieran, estarían vacíos.
Foucault da una definición “jurídico-discursiva” del poder y considera que ella está constituida por dos ideas centrales. La primera es la de que el poder se expresa únicamente por la coacción y procede por la prohibición antes que por exhortación o conminación.
 
La otra idea es la de que la “verdad del discurso’” puede procuramos espacios de libertad en relación con el poder. Estas dos ideas en Foucault están ligadas a la noción del individuo que constituye el pilar de la concepción liberal del poder ‘y de la libertad, sin embargo lo están de manera tortuosa dado que para Foucault el poder es de naturaleza puramente negativa ‘y es una fuerza que sólo obra por coerción.
Para él, y esta es su tesis central y original respecto de la concepción del poder, es que el poder hace, produce, al individuo:
 
“El individuo no debe concebirse como una especie de núcleo elemental, una especie de átomo primitivo, un material inerte y múltiple sobre el que se fija el poder o sobre el que éste golpea de. manera fortuita. En realidad, uno los primeros efectos del poder es el de que ciertos cuerpos, ciertos gestos, ciertos deseos se identifican y se constituyen como individuos. El individuo no es algo que esté frente al poder, es, según creo, uno de sus primeros efectos”.
Esto significa abandonar la idea de que el individuo es un sujeto de acción, un sujeto continuo e idéntico a sí mismo, una premisa. Por el contrario, hay que concebir al individuo como una construcción que el poder perfecciona en virtud de actos y sucesos múltiples cuya unidad de sentido no serían idénticos, salvo el sentido que le confiere el poder mismo.
La concepción de Foucault es, seguramente, el desafío más radical, más que la de Marx y la de Weber, a la concepción liberal dado que Foucault da del funcionamiento del poder un cuadro diferente porque utiliza un concepto completamente distinto del individuo. El parte, como hemos dicho, del “método arqueológico”, según el cual el material original del análisis histórico y social es una multitud de actos y de eventos.
 
De esta forma, el concepto del individuo pierde su condición epistemológica privilegiada. Es una construcción de la que tenemos necesidad para comprender actos o acontecimientos que percibimos de manera atomizada y que debemos reunir y asignar a series significativas de las cuales las identidades personales no son más que una serie entre otras.
De esta concepción metodológica deriva una serie de consecuencias importantes, una de ellas tiene que ver con la noción de libertad. El sujeto de libertad ya no puede identificarse con ese individuo portador de intereses que persigue ciertos fines, ese individuo “responsable” de la concepción liberal.
 
Esto significa que se sabrá que la libertad está viva, según Foucault, no cuando los intereses que emergen en una sociedad pueden expresarse o ser representados o cuando quien disiente puede manifestarse sino cuando la protesta, la indisciplina, la indocilidad, la insumisión no estén todavía abolidas, cuando el recalcitrante no se ha convertido en conformista.
Otra consecuencia es el hecho de que el “sí mismo” puede llegar a ser, un instrumento del poder, instrumento que trabaja activamente para reducir su propia indisciplina, para obtener su propia docilidad. La autodisciplina es la técnica más eficaz del poder en la sociedad moderna. Foucault, por tanto, formula la idea del “hombre moderno disciplinado”.
 
Su visión trágica, nietzscheana, de la historia le hacía sospechar que cada sociedad será siempre, aunque en modos siempre diversos, opresiva. Para Foucault, la historia del poder no tiene fin y por ende su crítica no es sólo a la cultura conservadora sino, también, a la misma cultura a la cual el propio Foucault pertenece. Este es un punto que me parece clave para entender el carácter de la criticidad de Foucault.
 
Biopoder
 
Michel Foucault, siguiendo el análisis de Nietsche sobre los mecanismos del control social, elabora una teoría del poder que no está exclusivamente referida a los aparatos del Estado sino a la multiplicidad de poderes, a lo que llamaba “la trama de poder microscópico, capilar”. Con ello crea también un diagnóstico de la multiplicidad de opresiones, sobretodo, para los más marginados que para Foucault son los presos, los dementes, las minorías sexuales, los inmigrantes, los jóvenes.
 
El biopoder foucaultiano implica una transformación histórica del poder soberano, es decir, del Estado, que deja paso a otros mecanismos de poder que lo desbordan en su funcionamiento clásico, sin que esto signifique que desaparezca como tal. Significa, en primer lugar, que el ejercicio del poder a través del derecho, como en las viejas monarquías constitucionalistas, se contrae a favor de otras formas no tan visibles de dominación política y social.
Con Foucault se pasa de una representación piramidal del poder, ya caduca, donde el Estado es el agente que lo detenta (el rey), a otra en términos de estrategia y táctica, donde el poder está diseminado por toda la sociedad (escuela, cuarteles, industrias, hospitales, etc.), hasta que esos puntos locales –tácticos– se coordinan en una situación que los engloba –la estrategia–. Eso es el poder para Foucault: la situación estratégica de una sociedad.
 
De acuerdo a los trabajos foucaultianos, históricamente se reemplaza el viejo derecho del soberano –del Estado– de hacer morir o dejar vivir –el derecho de vida y muerte sobre sus súbditos– por el poder de hacer vivir o rechazar hacia la muerte. Una diferencia crucial que funda la era del biopoder y que Foucault denomina “umbral de modernidad biológica”.
Este nuevo poder, constituido en las sociedades occidentales a partir del siglo XVII, se ejerce ante todo sobre la vida biológica por medio de diversos operaciones y técnicas de protección y fortalecimiento, pero no pierde su derecho a dar muerte, que se suma como una función complementaria. Foucault establece que el poder sobre la vida –el biopoder– se desarrolla en dos formas principales, que con el tiempo se entrecruzan, ya que no se originan a la vez. El primero que aparece es el poder disciplinario, que se centra en el individuo y el cuerpo como máquina y sus mecanismos fundamentales son la vigilancia y el castigo.
 
El segundo –estrictamente, la biopolítica–, formado en el siglo XVIII, tiene por objeto la población y el cuerpo humano como especie biológica y actúa por medio de controles y regulaciones. De estos dos poderes, las disciplinas anatómicas y la biopolítica biológica, se compone el poder sobre la vida humana, un biopoder, cuyo funcionamiento se dirige primordialmente a invadir y administrar los procesos de la vida y no ya, en primer lugar, a hacer morir. Por lo tanto, la supervivencia es el primer objetivo de este poder, que bien puede valer –y así ha ocurrido en la historia de la guerra moderna– la muerte. 
 
La sociedad carcelaria
 
Seguramente para Foucault la libertad hoy posible es aquella del “archivista” que el mismo era. Cuando habla de “arqueología de las ciencias”, más que de historia de las ciencias, está pensando en la libertad del historiador el cual no se deja engañar por el universalismo de las teorías ya que sabe que aquello que es real es simplemente una de las infinitas posibilidades que tienen las cosas y los procesos de ser ordenados.
 
Foucalt nos ha demostrado que no es evidentemente obvio y natural que un enfermo deba ir al médico, o que un loco tenga que ser objeto de análisis y de recuperación en un psiquiátrico o que un criminal tenga que obligatoriamente andar en prisión. El nos insinúa la duda que estas instituciones, que frecuentemente consideramos “naturales”, no son, al fin de cuentas, tan obvias sino, más bien, el producto de discursos elaborados históricamente y que como éstos, existen otras muchas posibilidades y modos de conocer y de poder. Foucault sostiene que la historia nos enseña que en un tiempo las cosas eran vistas de una manera diversa y que por tanto podremos todavía percibirlas diversamente. Como un intelectual radical coherente, detestaba el poder que, sin embargo, en su concepción, influye siempre decisivamente en la historia: “Las redes y mallas del poder -decía Foucault- impiden el libre vuelo de los sujetos”.
 
El “archivista” libertino simpatizaba siempre con quien busca escaparse de las redes de los discursos y de los engranajes de los poderes.
Foucault rechaza, entonces, el concepto marxista de ideología como “falsa conciencia” en cuanto para él los proyectos, los programas, los ideales no son sólo racionalizaciones de relaciones de poder existentes, sino que crean realidades completamente nuevas. Foucault ejemplificaba con el caso de la prisión. La idea de base es que el condenado debe pagar sus culpas y debe ser rehabilitado a través de la prisión.
 
Pero todos sabemos que este proyecto, en su aspecto fundamental, es un fracaso, que las prisiones no rehabilitan y que sólo sirven para eliminar de la circulación y controlar a una parte de la población que vive en la ilegalidad. La prisión, en este caso, no es falsa conciencia en sentido marxista sino es el efecto de un falso discurso de rehabilitación.
Es decir, haciendo el “archivista” de ciertas formas de racionalidad y de gobierno, Foucault demuestra que esas no se limitan a justificar ciertas relaciones de poder sino que van mucho más allá: instauran relaciones, encarnan formas de pensamiento que se concretizan en prisiones, manicomios, hospitales, medidas educativas, administrativas o de policía, en definitiva, crean historia.
 
En una fase tardía de su pensamiento, Foucault enuncia la noción de “biopoder”. Según Foucault, la voluntad de saber describe dos polos de desarrollo. Uno de los polos está situado en el cuerpo como máquina. La disciplina, la optimización de las actitudes, la extorsión de las fuerzas, la integración en sistemas de control. El otropolo del biopoder está centrado en el cuerpo-especie, en el cuerpo penetrado por la mecánica de lo vivo, que sirve soporte a los procesos biológicos y que conforman lo que Foucault, llama la “biopolítica de la población” y que inspiró de manera bastante .directa su proyecto de la historia de la sexualidad, estudio que se propone comprender la importancia que ha llegado a tener el sexo como cuestión política.
 
Foucault señala que la descripción histórica del nacimiento de la “prisión” representa un umbral histórico que inaugura la era de la modernidad .y que de algún modo contiene o anuncia algunos de, sus rasgos esenciales. Del análisis del nacimiento de la prisión, Foucault pasa al análisis del nacimiento del alma moderna y de un nuevo poder de juzgar. Su enfoque genealógico es descriptivo coyuntural y su gran mérito está en que esta trata de representar el carácter complejo y contingente de estos procesos.
 
Sin embargo, Foucault pasa, dejando atrás la coyuntura histórica representada por el análisis del nacimiento de la cárcel, a la evocación de la “sociedad carcelaria” contemporánea, y se pregunta “¿cómo puede asombrar que la cárcel se parezca a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales que se parecen todos a las prisiones?”.
Es decir, lanza un mirada retrospectiva a las décadas transcurridas y elige una forma general para describir el movimiento y la inclinación de la historia hacia su realización en el presente.
 
Ética de la existencia
 
Bajo la influencia de Hegel, Foucault sostenía que un pensador debe comprender contra quien habla. En los años 60, Foucault se transforma en un personaje célebre por haber criticado el humanismo, lo cual significaba un ataque a la cultura que había dominado el ambiente intelectual francés, el existencialismo. El existencialismo fenomenológico -sobre todo de Sastre-afirmaba que era necesario pensar la condición histórica del hombre a partir de su ilimitada libertad. Sartre decía, en la historia el hombre decide siempre que cosa hacer de aquello que la historia ha hecho de él.
 
Entonces, Foucault contesta la idea que la historia sea pensada sobre la base del fundamento de la libertad humana. En su célebre libro “Las Palabras y las Cosas”, Foucault ha buscado mostrar que el concepto mismo del hombre no es una categoría permanente a través de la cual se piensa la sociedad, sino una fecha de nacimiento histórico: el hombre nace con el nacimiento de las “ciencias humanas” alrededor del setecientos.
 
De esta manera Foucault retorna la crítica del hombre de Nietzsche pero otorgándole una inflexión plenamente historicista. El Hombre no es una variable que sirve de fundamento de la ciencia humana, por el contrario el florecimiento histórico de las ciencias humanas construye la idea del hombre. Pero como las ciencias humanas están conectadas a estrategia de poder sobre hombres concretos, podemos decir entonces que la idea humanista del hombre como libertad ilimitada sostiene un proyecto de poder, de dominio sobre los hombres. El discurso humanista -según Foucault- es también ese discurso que produce instituciones y prácticas que tienden a disciplinar a los hombres. Sin embargo, el ataque de Foucault al humanismo no significó nunca un desinterés por los movimientos liberadores.
 
De hecho, su ética es aquella libertaria de las generaciones precedentes. Su oposición al existencialismo y al marxismo ortodoxo es entonces filosófica y no ético-política. Por tanto podemos decir que aún en la radicalidad de Foucault existe una continuidad entre el París existencialista del dopoguerra y el París del estructuralismo y del post estructuralismo de los años sesenta y setenta que están justamente marcados por la obra de Foucault. El hilo conductor es una suerte de culto del intelectual anticonformista y de la contestación que es promotor de un ideal libertario de masas. Foucault, en verdad, tomó el puesto de Sartre como gurú privilegiado de la intelectualidad radical y como tal hace escuela no solo en Europa, sino también en EE.UU.
 
Un aspecto fundamental de su obra es el intento de construir una historia de la sexualidad que es en el fondo una historia de la “tecnología de sí”, de cómo desde los griegos en adelante se han elaborado técnicas de control y de economía de la sexualidad. Hay una proficua ambigüedad en la crítica de Foucault. En efecto en su libro “La Voluntad de Saber”, que es la introducción a la “!Historia de la Sexualidad”, Foucault contesta la ,idea dominante de la sexualidad en nuestro siglo. A partir de la visión. de Freud, de Raich y de Marcase nos hemos convencido que diversas estructuras sociales han reprimido, han removido los impulsos sexuales espontáneos y han creado un armadura de censura, inhibición, controles represivos o neuróticos para limitar la sexualidad.
 
Foucault muestra en cambio como esta convicción de que en la sexualidad resida la verdad del sujeto – y que por tanto sea necesario interrogar la sexualidad y hacerla emerger a cualquier precio – es una idea muy antigua y que difícilmente se puede caracterizar como emancipadota.
 
Por siglos el confesor, el educador, el “pastor de las almas” han atribuido a la sexualidad un rol estratégico como verdad del sujeto. En esto también en sicoanálisis prosigue un proyecto muy antiguo del occidente: desalojando la sexualidad es posible ejercitar una guía pastoral de las almas. Por tanto, los movimientos emancipadores que colocan todo el acento en la liberación sexual toman como bueno un antiguo paradigma ya presente en la estrategia de poder de los “curadores de almas” desde el medioevo en adelante.
 
Sin embargo, Foucault pertenece a aquel movimiento por el “derecho a la sexualidad libre” del cual criticaba la ideología. Esto porque su proyecto va mucho más allá de los horizontes de las ideologías emancipadoras que lo han acogido como maestro.
 
Foucault desea dejar espacio a formas de vida, también sexuales, tan radicalmente nuevas que esas no pueden ser pensadas ni siquiera en términos todavía metafísicos, humanísticos, moralísticos por las ideas emancipadoras y liberales.
En general, podemos decir, que Foucault no avanza propuestas positivas sobre como controlar la criminalidad, como desarrollar las ciencias humanas, como educar a la libertad sexual o como curar a los sicóticos. No le interesa hacer “proposiciones constructivas”, por que él se percibe a sí mismo como un “hombre de las posibilidades” en relación al referente de los “hombres de la realidad”. Su crítica historicista-radical es una crítica de lo real en nombre de lo posible sin forma y sin nombre. Lo que interesa a Foucault es mantener vivo el sentido de lo posible – que alimenta el espíritu crítico – y entonces, tal vez éste es el único y verdadero vuelo libre que se haya concedido más allá de las redes difundidas del saber.
 
Filosofía de los dispositivos
 
En su breve e iluminado ensayo “¿Qué es la Ilustración?” realiza el esbozo de una nueva teoría crítica que busca superar la limitación de las posiciones incluso de la escuelas de Francfort. Foucault retorna a Kant buscando enraizar su proyecto en la ilustración aún cuando quiere separarse de los pensadores del siglo XVIII. De allí Foucault extrae la problemática de la constitución del sujeto que él vincula con la “voluntad de saber” de Kant. Sostiene que la innovación introducida en la filosofía por Kant consiste en haber vinculado la cuestión de la libertad pública de saber “con una reflexión sobre la historia y un análisis particular del momento especial en que se está escribiendo”.
 
La filosofía de Foucault representa un análisis de “dispositivos”, es decir un conjunto multilineal de diferente naturaleza que siguen direcciones diferentes, llevan a cabo procesos siempre en desequilibrio y que se acercan o se alejan unas a otras. De manera que las tres grandes instancias que Foucault distingue, es decir Saber, Poder y Subjetividad, no poseen contornos definitivos sino que son cadenas de variables relaciones entre sí.
 
Tal como ocurre con los grandes pensadores que avanzan por “Krisis”, Foucault descubre en medio de ellas una nueva dimensión, una nueva línea, un nuevo sendero del pensamiento. El filósofo francés afirma que hay líneas de sedimentación y líneas de fisura, por tanto, descubrir las líneas de un dispositivo implica construir una verdadera cartografía o lo que Foucault llama, arqueológicamente, el “trabajo en el terreno”.
 
Las dimensiones de un dispositivo son las curvas de visibilidad y de enunciación y ambas permiten que el dispositivo sea una verdadera máquina para hacer ver y para hacer hablar. La visibilidad indica que cada dispositivo tiene su régimen de luz y por tanto el objeto no existe sin ella, por tanto Foucault mide la historicidad de los dispositivos, en primer lugar, a través de la historicidad de los regímenes de luz, pero también a través de los regímenes de enunciación.
Un dispositivo implica líneas de fuerza que se producen en toda relación de un punto con otro, que es invisible y que según Foucault es la verdadera “dimensión del poder” y que está compuesta también por el saber. A todo ello Foucault agrega las líneas de objetivación, este descubrimiento nace justamente en una crisis producida en el pensamiento de Foucault, que lo obligó a modificar el mapa de los dispositivos para impedir que se cerraran en líneas de fuerza infranqueables y que impusiera contornos definitivos.
 
Este mecanismo es el que Foucault aplica para estudiar, por ejemplo, el dispositivo de la ciudad ateniense como el primer lugar de invención de una subjetivación, donde la ciudad inventa una línea de fuerza que pasa por la rivalidad de los hombres libres y que son tales en la medida en que son dueños de sí mismo.
‘De esta visión, Foucault desprende dos importantes consecuencias para lo que llamaríamos la “filosofía de los dispositivos”. El primero es el rechazo de lo universal que según Foucault no explica nada, ya que lo uno, el todo, lo verdadero, el objeto, el sujeto no son universales, sino que son procesos singulares de unificación, de totalización, de verificación, de objetivación, de subjetivación, es decir procesos intrínsecos a un dispositivo particular. Por ello es que la filosofía de Foucault es pragmática, funcionalista, positivista y pluralista.
 
La otra consecuencia de la filosofía de los dispositivos es el hecho de que se aparta de lo eterno para ocuparse y aprehender lo nuevo que designa las formas de creatividad variable de acuerdo con los dispositivos a partir más que de la originalidad de la regularidad de las enunciaciones. Esto significa que para Foucault la eventual contradicción de los enunciaciones originales no bastan ni para distinguir ni para marcar la novedad de una respecto de la otra.
Novedad y creatividad en el centro de esta concepción donde la subjetivación traza caminos de creación que mueren, se reemprenden, se modifican hasta llegar a la ruptura del antiguo dispositivo.
 
Lo nuevo es para Foucault lo actual. Su historia es la historia de lo que transcurre, la historia no de lo que somos sino de lo que vamos siendo, de lo que llegaremos a ser, de lo otro, de lo nuevo. Por ello es que la historia es el archivo de lo que somos y de lo que dejamos de ser en tanto que lo actual es lo que vamos siendo.
Foucault puede ser considerado un gran filósofo porque se vale de la historia para, como decía Nietzsche, obrar contra el tiempo, sobre el tiempo, para crear un tiempo futuro que está siempre atento como Foucault lo afirma en “Arqueología del Saber”, a lo desconocido, a lo que aparece.